Revisando el ropero de mi abuelita que ha pasado de generación en generación, encontré un retrato dibujado a lápiz y un puñado de hojas escritas, me dio mucha curiosidad ya que el retrato era de un hombre que se me hacía conocido, recordé que lo había visto en mis libros de historia y al revisarlos me di cuenta que se trataba de Don Miguel Hidalgo y Costilla, me pregunté “¿Será que alguno de mis antepasados tuvo contacto directo con este personaje?”. Tomé las hojas, ya amarillas y carcomidas por el tiempo transcurrido, y me di cuenta que era un diario que perteneció a la abuela de mi abuela, llamada María. Ella acudía a la Iglesia del pueblo de Dolores en Guanajuato donde el padre Hidalgo oficiaba la misa. En su diario comenta que “el cura Hidalgo”, como le decían, era una persona sencilla y cercana a sus feligreses, que les motivaba para salir adelante. Algunos relatos que me llamaron la atención decían:
- “Por las tardes nos enseñaba a cultivar viñedos en su hacienda y cuando lo aprendíamos nos regalaba uno para sembrar en nuestras tierras; él me enseñó a criar abejas sin que me piquen. Siempre nos decía que merecíamos tener mejores condiciones económicas y de vida por lo que nos alentaba para aprender a leer y sacar cuentas y así poder trabajar las uvas y la miel que producíamos. En mis ratos libres agarraba una hoja de papel y un lápiz para dibujar, sin darme cuenta ya había terminado un retrato de Don Miguel”.
- “Ayer vi al curita Hidalgo hablando con un militar llamado Ignacio Allende, ¿Qué asuntos pudieran tratar un sacerdote y un militar? No lo sé. Hoy que fui a la misa el Padre Hidalgo habló con mayor emoción que de costumbre, dijo que estemos preparados porque pronto las cosas iban a cambiar. Insisto, desde que se lleva con ese tal Allende el padrecito ha estado raro.”
- “Una vez que estaba en su hacienda le llegó una carta de Querétaro ¿dónde quedará ese lugar? Al día siguiente salió para allá, cuando regresó me preguntó –María, ¿tu esposo estaría dispuesto a participar en una lucha para terminar con esta desigualdad en la que vivimos?-con seguridad le dije que sí y que yo también quería participar. Disimuladamente íbamos a reuniones donde nos daba indicaciones: los hombres preparaban o hacían palos, machetes, coas, garrotes, piedras, instrumentos para sembrar la tierra u otros que pudieran servir como armas; las mujeres apoyarían desde la casa preparando víveres, otras estaríamos en el campamento, en las reuniones secretas o seríamos informantes, el resto trabajaría para ser el sostén económico cuando se fuera a la lucha el padre de familia. Nuestros hijos también apoyarían en el movimiento como informantes o ayudando a la preparación de alimentos, algunos tendrían que trabajar vendiendo en los mercados o haciendo oficios; las niñas ayudarían a su mamá en el trabajo de la casa o del campo. El levantamiento de armas estaba planeado para el mes de Diciembre y la señal sería el repique de las campanas de la parroquia, al escuchar esto sabríamos que ya había llegado la hora.”
- “Faltan tres meses para iniciar nuestra lucha, mañana es domingo y en misa pediremos que la Virgen de Guadalupe nos proteja frente al estandarte que tiene su imagen”.
- “Inesperadamente se oyó el repique insistente de las campanas de la parroquia ¿qué está pasando? Es de madrugada y aún no es Diciembre. Acudimos al llamado, cuando llegamos escuchamos que el Cura Hidalgo decía -¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América española! ¡Muera el mal gobierno! ¡Viva México!- entonces supimos que nuestra lucha de Independencia estaba iniciando”.
Sentí una gran emoción al leer estas vivencias y había mucho más para leer, pero esa es otra historia.
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